¿Y qué entendíamos por “normalidad”? La oficina física a cinco o diez kilómetros de distancia de la casa, los 36 días del año que gastamos (los bogotanos) atascados en el tráfico, destinar 20% del ingreso a la compra de la gasolina más costosa del continente (siendo un país productor de petróleo), el esmog y las alertas multicolor que causa, la desatención de las reuniones presenciales, el hedonismo laboral de LinkedIn, las to do lists inconclusas, las licitaciones -de menor cuantía-, el Power Point, los almuerzos con huevo en vez de ensalada, una proteína y una harina. La normalidad de culpar a otros por lo divino y lo humano. La normalidad de reclamar tiempo para la familia y menos para el trabajo. La respuesta cotidiana: “ahí vamos, en la lucha, esto está muy berraco” cada vez que alguien pregunte sobre nuestro negocio, nuestro trabajo o nuestra vida en general. Los ismos, los lados, los partidos, las creencias, la intolerancia.
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